La elección del narrador (I)
Raymond Carver |
Para un lector es sencillo seguir y entender la trama de un relato. Salvo que el autor juegue al ratón y al gato; o se ponga estupendo o imposible o todo al mismo tiempo mientras escribe; la trama (la historieta del relato) suele ser algo muy accesible para un lector medio. Pero al enfrentarnos a un relato de calidad, esta afirmación que parece una evidencia puede no serlo tanto como creemos.
Hay elementos técnicos en la
narración que de no ser tenidos en cuenta hacen imposible la comprensión. Y no
son trucos, ni trampas, ni cuestiones que se introduzcan con el fin de
despistar. Eso ocurre cuando el autor no es bueno y se ve obligado a utilizar
baratijas literarias para hacer creer al lector que tiene entre las manos algo
mucho mejor de lo que realmente es; jugar con fuegos de artificio,
generalmente, colocados cerca del desenlace de la trama.
Hay relatos que, efectivamente,
están escritos para ser entendidos con facilidad. Poco más. La fuerza narrativa
está en la trama. Todo se apuesta a una carta. La historia es buena y el autor
la suelta creyendo que eso le gustará a cualquiera. Pero en estos relatos
aparecen dos problemas fundamentales. Por un lado, es posible que esa potencia
de la trama no sea para tanto, que, sencillamente, no guste. Y por otro, sucede
que desde Homero ya está todo contado. Se le ha dado un montón de vueltas a lo
que él trato en 'La Iliada' y en 'La Odisea'; pero, al fin y al cabo, lo que
venimos leyendo desde entonces es lo mismo colocado de diferente forma. El amor
es el amor, la venganza es la venganza o la guerra es la guerra; y esto provoca
que apostar todo a la misma carta (la trama) se convierta en una jugada muy
peligrosa. Entonces ¿dónde está la clave para escribir algo que merezca la pena
y que pueda interesar a un grupo amplio de lectores? La respuesta es una sola:
en el sentido que adquiere lo narrado a través del lenguaje. Hay que contar por
algo, para algo, y sólo del modo en que se puede construir ese relato. Es
decir, contar historias no es lo mismo que hacer literatura. Contar historias
se soporta sobre una estructura muy simple y muy frágil; hacer literatura es un
arte que no está al alcance de cualquiera y que reposa sobre un entramado
técnico lleno de dificultades.
Son muchos los aspectos técnicos
que marcan una narración para convertirla en algo especial. Por esa razón, gran
cantidad de relatos quedan en tierra de nadie (estos son el noventa y nueve por ciento de los que se
escriben). Pero el más importante, el que convertirá una historia (cualquiera)
en única y exclusiva, es el narrador, la voz que fluye en el relato para contar
al lector algo que sólo desde ese punto de vista se convertirá en universal y
auténtico. Los tipos de narradores son muchos y están ligados a la distancia
que separa a estos de la acción. Esa división que todos conocemos y que agrupa
a los narradores en tipos (primera, segunda y tercera persona) es cosa del colegio
y es cosa poco literaria, entre otras razones porque no explica la realidad a
la que se enfrenta un lector ni, por supuesto, a la que se enfrenta un
escritor. Hablemos mejor de narradores no identificados (los que cuentan lo que
ocurre sin que sepamos de quien se trata) y narradores identificados (son
narradores y, al mismo tiempo, personajes que intervienen en la acción). Y
hablemos mejor de distancias entre narrador y acción. Hasta finales del siglo
XIX, principios del XX, se utilizó una voz conocida como omnisciente. Esta era
una voz que se colocaba a gran altura, que podía mirar el mundo desde una
especie de trono celestial y que era capaz de hacer y deshacer cualquier cosa
en ese cosmos que presentaba y había creado. Todo lo sabía, todo lo podía,
cualquier lugar era accesible para él. Pero la evolución de la novela hizo que
el interés de los autores se acercase, poco a poco, más al personaje que a esa
explicación casi divina de la realidad desde la ficción. Y si hablamos de
distancia, los narradores se fueron acercando a la acción, entraron en las
consciencias de los personajes, fueron los propios personajes y pudimos
comenzar a saber lo que ellos pensaban sin el filtro de un narrador no
identificado (no es lo mismo conocer el pensamiento directamente que a través
de alguien que elige una parte de esa reflexión o que la interpreta); pudimos
saber qué pensaba el personaje al acercarnos a su propia forma de reflexionar,
pudimos conocer al personaje en su plenitud. Hoy son muy habituales en las novelas
los recursos como el monólogo interior o el flujo de consciencia (pensamiento
puro); muy habituales y, en muchos casos muy chapuceros. Conseguir el efecto
pensamiento es algo muy difícil que exige al autor una buena y extensa
experimentación con el registro y, por su puesto, con el lenguaje. Está claro
que no se pueden contar las cosas con un registro único; no puede narrarse un
sueño con el mismo registro que utilizaríamos al recordar nuestro personaje) el
nacimiento del primer hijo. Pero hay autores que parecen no saberlo o no
entenderlo.
James Joyce |
Antes de continuar, un aviso que
es de vital importancia. El autor no es el narrador. El escritor crea esa voz
al escribir, pero el narrador es un artefacto literario que tiene su propia
alma, sus propias intenciones, que ve el mundo desde un lugar determinado. Si
el autor es lo mismo que el narrador es que estamos leyendo un diario. No tener
en cuenta algo tan básico nos lleva a leer superficialmente y, por tanto, a
leer mal. Sirve esto mismo para los escritores: no distinguir entre el
artefacto narrativo creado y uno mismo puede ser un gran problema.
Cada voz que se construye tiene
una intención. Y esa es la clave. Será evidente o estará oculta. Será de la
forma que sea, pero estará. Cuando cualquiera de nosotros (en la realidad que
vivimos) contamos algo lo hacemos con una intención concreta. La de convencer,
la de dar lástima, la de engañar... Y la literatura es una representación de la
realidad. Por lo tanto, esa voz (aunque las reglas del juego de la ficción sean
unas muy distintas) tendrá que construirse con una intención y deberá tener una
intención. Al fin y al cabo, trata de representar lo que conocemos como alma.
Podríamos manejar cientos de
ejemplos. Sin embargo, hay autores que son maestros en la elección de la voz
narrativa. Uno de ellos es Raymond Carver. Nos servirá para ilustrar la idea
expuesta. Por ejemplo, en uno de los relatos que componen su libro 'Vidas
cruzadas'; 'Tanta agua tan cerca de casa'; construye una voz llena de intención
que llena de sentido el relato. Es excepcional. Se trata de Claire, una mujer
que vive junto a su marido y su hijo en un pueblo de Estados Unidos. Desde el
primer momento, Claire intenta colocar al lector en un lugar muy concreto, allí
donde ella parezca lo que no es, allí donde lo que nos va a contar parezca una
certeza absoluta. Por ejemplo, nos dice que su marido y los amigos de este son
buenos padres, gente sencilla. Al mismo tiempo, cuenta que este grupo de
hombres han encontrado el cadáver de una mujer en el río en el que pescaban.
Nos intentará llevar hasta su territorio: al mismo tiempo que se va a ir
dibujando como una mujer guapa, inteligente y madre maravillosa, procurará que
vayamos mirando desde la sospecha a su marido y amigos. Pero sin ser directa en
su exposición. Dirá que beben a menudo, nos situará ante la duda, ante su
miedo; eliminará todo el campo semántico que tenga que ver con el sexo para que
no haya una sola duda sobre su buena reputación cuando, en realidad, Claire no
deja de ver virilidad por todos los lados. Ella está viviendo algo insólito (el
asesinato de una mujer y la implicación de su propio marido) y no está
dispuesta a que eso no sea así: es la gran historia que vive una mujer
provinciana que busca algo excitante para llenar su vida. Incluso una vez que
se descubre al verdadero asesino insiste en dibujar una escena inquietante para
que el lector se vea forzado a continuar dudando. Lógicamente, el lector
experimentado no debe caer en la trampa que tiende Claire. Y aparece ese
sentido buscado. Lo que cuenta la voz se aclara al interpretar, lo literal se
convierte en enemigo. Claire no ha estado en el lugar del crimen y eso no se
puede olvidar. No hace falta decir que sería muy recomendable que leyesen este
relato. (Continuará)
G. Ramírez
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