¿Cómo lograr que los jóvenes lean?

by - septiembre 24, 2024

Esta es una selección de tebeos que no pretende mostrar ni lo mejor, ni lo más novedoso. Aunque algunos de ellos son verdaderas joyas, lo que sí tienen en común todos ellos es una posibilidad oculta entre sus páginas para que el lector la aproveche: quedar prendado para siempre de este género. El tebeo siempre fue una mina de lectores, una forma única de generar el hábito de lectura entre los jóvenes; de acompañar los momentos de reflexión y diversión teniendo un libro entre las manos.

El dibujo es una forma de expresión tan antigua como el propio hombre. El relato también aunque, este, no se verbalizase desde el primer momento. La suma de ambos es una de las formas de construir arte más atractiva, divertida y simpática.

¿Quiere usted adentrarse en un mundo extraordinario? ¿Quiere que sus hijos comiencen a leer y a disfrutar? Quítese los prejuicios de encima. Y pase, por favor.

La puerta de entrada

(‘Café Budapest’, Alfonso Zapico). Publicado por Astiberri en 2008. Se trata de un buen tebeo aunque el autor –en ese momento- no contaba con la madurez exquisita que exhibe actualmente. Eso se deja notar sobre todo en una forma de narrar que es demasiado evidente, unas veces, y demasiado cercana al mensaje propio de un idealista que repite formas algo arquetípicas, otras. En algún momento la lectura se desliza hasta zonas algo blandas que rechinan y hacen que el lector se pregunte cómo es posible que esos altibajos sean posibles. Se compensan las dudas y el excesivo uso de lo explícito con un buen trazo cercano a un realismo que se disfraza de caricatura o casi. Es decir, es un tebeo que puede servir como banderín de enganche.

Narra un momento de la vida del joven judío Yechezkel Damjanich. Sitúa el comienzo de la trama en Budapest durante el año 1947. El muchacho, junto a su madre (superviviente de un campo de exterminio nazi), viajan a Jerusalén invitados por su tío. En la ciudad conviven todo tipo de personas, todo tipo de religiones, bajo la custodia inglesa. Y llega el momento en que la ONU decide repartir el territorio palestino. Es el final de cualquier tipo de convivencia posible. El desastre, que ya se veía llegar, se instala en ese territorio y la violencia aparece para acabar con todo.

Zapico reviste la idea central con historias de amor, con momentos pasados de algunos personajes, con la desintegración del presente, intentando explicar lo que sucedió allí, en Jerusalén, una vez que los británicos se retiraron dejando a su suerte a miles de personas.

‘Café Budapest’ es un buen cómic. Seguramente, hoy, este autor, elegiría otra forma de hacer las cosas. Eso es algo que siempre ocurre. Pero, sin embargo, conviene echar un vistazo al trabajo porque contiene detalles estupendos (casi todos desde el dibujo, puesto que el texto peca de ser inocente en exceso). Su lectura es muy amena, muy sencilla y, por tanto, la comprensión es muy accesible.

La ironía

(‘Pyongyang’, Guy Delisle). Excelente novela gráfica firmada por Guy Delisle que narra su paso por Corea del Norte. El trazo es maravilloso y los textos rebosan ironía, una crítica brutal al régimen que instauró Kim Il-Sung (presidente de la nación aún después de muerto).

Miedos, un control feroz de la población (física y mental); situaciones absurdas diseñadas para honrar el nombre de un dictador (del padre y del hijo) egocéntrico, paranoico y delirante; falta de un mínimo sentido del humor del que un ser humano no puede prescindir o cosmética para una vida terrible.

Muy recomendable para los jóvenes. Sabrán qué es vivir bajo un régimen dictatorial, sin una sola esperanza. Y comprobarán que hay muchas formas de arrimarse a la literatura sin pasar calamidades intelectuales, ni ratos aburridos. Pero es muy recomendable para los adultos, también. No está mal saber qué es lo que se cuece a la vuelta de la esquina. Uno no sabe si partirse de risa desde la primera viñeta o echarse a llorar desconsoladamente. Cada lector tendrá que elegir.

La vida

(‘Arrugas, Paco Roca’). El autor consigue una excelente obra que habla de la vejez, de los problemas médicos que lleva añadidos y de cómo una vida se va deshaciendo para convertirse en una existencia plena. Lo hace ilustrando sus textos de forma inteligente y muy sugerente para el lector. Lo hace mirando y dibujando su propio mundo porque, según dijo él mismo, el reflejo en el espejo (cuando se mira) comienza a parecerse al de su padre y eso significa que se está haciendo mayor.

En este cómic se mezclan las diferentes historias de diferentes personajes y, al mismo tiempo, cada trama se dibuja junto al pasado que mueve a los protagonistas. Una historia deliciosa, tierna, sin efectos lacrimógenos, bien contada y universal. Sirve a los mayores y sirve a los que van camino de serlo.

El mundo

(‘No te olvides de recordar’, Peter Kuper). Querer entender el mundo desde lo enorme es una opción. Querer entenderlo desde lo particular, desde la miniatura, es otra. ¿Qué es mejor? La respuesta tiene que ver con el talento del que muestra. Y en el caso de este cómic se acerca a la alternativa de lo personal, de lo íntimo, de lo bueno convertido en grandioso.

Kuper es un dibujante magnífico y un narrador con oficio y duende. Desde sus propias experiencias nos cuenta una época de la historia norteamericana y fija las bases de lo que puede llegar a ser, del camino que seguimos transitando muchos.

l dibujo es la palanca que mueve el mundo de Kuper en ‘No te olvides de recordar’ (título que nos hace pensar en una famosísima frase del guion de la película ‘Memento’). Aunque es la trama de esta novela gráfica lo que aporta el combustible suficiente para que la maquinaria funcione al 100 por cien.

Se mezclan recuerdos, ideas abandonadas, el mundo editorial, la relación de pareja, la paternidad, desafecciones ideológicas, obsesiones y amistad. Se mezclan para que el resultado sea atractivo, divertido y, ciertamente, profundo.

Utiliza el blanco y negro para representar el tiempo actual y un tono rojizo cuando quiere recordar o imaginar (en esta obra); lo que ayuda al lector a seguir un ritmo narrativo que impone el autor, no difícil, aunque sí exigente. El trazo, aunque lo modifica en ocasiones dependiendo de lo que cuenta, es cuidado y detallista. Todo se encuadra en un diseño de página que recuerda al resto de su obra.

Lo social

(‘Los combates cotidianos’, Manu Larcenet). Con un carácter claramente social, Larcenet rebusca en los temas que más le interesan a lo largo de una trama que mantiene un ritmo narrativo excepcional. La vejez, el compromiso personal con otros y con uno mismo, la paternidad, el papel de un hijo, el pasado, el perdón, el trabajo o las diferencias sociales, son algunos de los asuntos que enfrenta el autor. Pero el tema central es la construcción del mundo desde lo que puede parecer insignificante por pequeño, o lo que es igual, la construcción de un pilar ideológico desde lo cotidiano.

El dibujo está al servicio de la trama y se ajusta como si fuera un guante a las intenciones narrativas del autor. Al mismo tiempo, lo escrito deja el hueco justo a lo gráfico para que el conjunto aparezca como un solo objeto en el que todo está porque es imprescindible.

Marco, el personaje principal, recorre un tramo de su vida con la angustia en la punta de los dedos. Le acompañan un puñado de personajes secundarios que abrirán nuevos caminos de comprensión de un mundo muy pegado a la realidad, muy reflexivo y marcado por un desarrollo ideológico potente y muy necesario en los tiempos que corren. Tal vez, para los más jóvenes, sea una entrada dorada al mundo de las relaciones sociales, al mundo de las relaciones con el trabajo, al mundo entero.

El homenaje

(‘Hicksville’, Dylan Horrocks). Imprescindible. El tebeo de Dylan Horrocks es una joya del género. Divertido, profundo y ácido, se presenta como un homenaje al cómic, a sus autores y a la forma de vida que representa (para bien o para mal) eso de contar historias utilizando buena parte de nuestros recursos (dibujo y palabra).

En un blanco y negro demoledor (esto es posible que haga dudar al posible lector) cuenta la historia de un crítico de tebeos, de un escritor de cómics pequeños y muy personales, de un famoso autor, de un faro extraño que contiene un secreto, de amores, de lo cotidiano. Las piezas que van apareciendo, poco a poco, encajan sin forzar la maquinaria narrativa, con precisión. Los gráficos se van acomodando a lo que se cuenta en cada momento convirtiendo el libro en un conjunto magnífico de registros.

No es extraño que este tebeo sea uno de los más vendidos en el mundo o que esté traducido a diferentes idiomas. No es extraño que se convirtiera en un tebeo de culto con rapidez. No es extraño que los aficionados al tebeo lo recomienden siempre que pueden. Como yo hago desde aquí.

La obra maestra

(‘Maus’, Art Spiegelman). Parece que la muerte impide que podamos expresar algunas cosas. Es como si faltáramos el respeto de forma grotesca al muerto cuando, en realidad, lo que hacemos es seguir pensando lo mismo que antes de la falta. Sabíamos qué cosas no nos gustaban. Y seguimos teniéndolas muy claras. Y muy ocultas. Es parte de lo absurdo que tiene la muerte. Nos hace enanos, miedosos.

Un escritor debe de tener muy claro que, a través del relato, pone en juego gran parte de lo que es, de sí mismo. Es verdad que la ficción maquilla mucho todo lo que de autobiográfico pueda tener una novela, pero el autor conoce perfectamente donde ha dejado la parte que arriesga. Al escribir, aparecen las experiencias que dejaron buen poso y las que fueron o están siendo horribles. Todas. Y para eso hay que estar preparado. Con el lector, al contaminarse de lo que dice la obra, pasa lo mismo.

Sin riesgo no puede haber literatura. La falta de libertad al escribir es la ruina de cualquiera que quiera hacerlo.

Un excelente ejemplo de todo esto se encuentra en la novela gráfica ‘Maus’ de Art Spiegelman.

Con el holocausto judío de fondo (no deja de ser un vehículo narrativo y mucho menos importante de lo que puede parecer), Spiegelman habla de la relación de un padre con su hijo, de cómo puede odiar ese hijo a la vez que adora a su padre, de cómo el peso de una narración puede hacer que te difumines llegando a tener problemas mentales graves, de la intención de un autor y de cómo recibe el mensaje el lector, de los fantasmas familiares, del suicidio, de la muerte, de los tópicos que existen aunque lo sean y, sobre todo, de cómo puede escribir un hombre sabiendo que aquello sucedió y de las consecuencias que tendrá en su entorno.

El cheque en blanco

(‘Persépolis’, Marjane Satrapi). El cómic es una fuente inagotable de la que pueden beber lectores potenciales de novela, poesía o ensayo. Un buen tebeo exige un esfuerzo menor por parte de los muchachos que se acercan a los libros y, lamentablemente, ese es un aspecto muy importante entre los jóvenes. Aunque, a decir verdad, esa exigencia menor no es tal puesto que muchos cómics encierran grandes mensajes, grandes ideas y capacidades expresivas de primer nivel.

Uno de esos tebeos, de los que pueden servir para abrir la puerta de la literatura a más de uno, de los que se leen con facilidad, de los que encierran mensajes certeros y profundos y de los que pueden enganchar al mundo del libro a los jóvenes, es ‘Persépolis’. Lo firma Marjane Satrapi, iraní de nacimiento, progresista y excelente artista.

La protagonista de la narración es ella misma. Desde que, siendo niña, asiste a la llamada Revolución Islámica hasta que viaja a Francia para instalarse allí definitivamente. Irán, Austria, Irán y Francia. Niñez, juventud, un primer matrimonio, el fracaso. Padre, madre, abuela, amigos, novios. Todo aparece y desaparece dejando una huella inmensa, tanto en la protagonista como en el lector. La igualdad de la mujer, el problema racista, el fanatismo ideológico y religioso, la guerra, la política internacional. Todo visto desde un punto de vista irónico y coherente. Sobre todo, visto desde la esperanza y envuelto en un mensaje consolador.

El trazo de Satrapi es sencillo, casi descuidado. Aunque efectivo y demoledor cuando toca. En un blanco y negro que artísticamente cumple con el objetivo y define claramente un mundo que nos presenta la autora de forma descarnada, trágica y honesta. Hace, además, un uso del papel muy inteligente cuando aumenta las imágenes que marcan la narración de forma definitiva.

Por supuesto, es un libro muy recomendable para jóvenes. No puede fallar. La historia, casi en su totalidad, les parecerá cercana y no perderán interés en ella.

Ya sé que faltan muchos tebeos de los que se pueden decir maravillas. Prometo más entregas. Sin falta. De momento vayan leyendo.

G. Ramírez

You May Also Like

0 comments