Luis Martín-Santos cien años después

by - junio 15, 2024


Nacido en Larache (protectorado español de Marruecos) en 1924, hacemos acopio no solo de lo encontrado en la exposición recién clausurada el pasado día 9 de junio, sino de algunos apuntes tomados a vuelapluma sobre su vida (que desgraciadamente expiró en 1964 debido a un accidente de coche) y sobre su obra literaria, así como sobre su actividad psiquiátrica.

Y es que durante muchos años y sin que apenas los profanos en psiquiatría tuviésemos que leer detenidamente en los cursos de acceso a la universidad, su por otro lado novela más conocida, 'Tiempo de silencio' —y que tantos decían era la única, a pesar de que tenía otra inacabada llamada 'Tiempo de destrucción', así como gran cantidad de cuentos publicados en volúmenes compartidos con su mentor Juan Benet, en los volúmenes 'El amanecer podrido' y el más relacionado con su campo de estudio 'Condenada belleza del mundo'— observamos ya desde que sus padres se trasladan de Larache a San Sebastián a vivir, cómo fue un médico en este sentido precoz, pero que sobre todo se definía a sí mismo como letraherido ante la necesidad de escribir sobre lo vivido en Marruecos, quizás porque sus allegados de infancia ya le metieron en el cuerpo el gusanillo de las letras.

Entre sus amigos donostiarras estaban: Rodolfo Urbistondo (futuro ingeniero de Caminos, como lo sería de facto Juan Benet años más tarde en Madrid), Santiago Antón, Antonio Nabal, José Luis Roca y hasta el mismísimo Eduardo Chillida, célebre escultor autor de 'El peine de los vientos'. Gente ya bastante importante a nivel científico y artístico, antes de conocer a Rocío Laffón, mujer de mayor linaje familiar, que le puso como condición al casarse el hecho de trasladarse a Madrid. Rocío, de la que ignoramos si fue familiar de la cotizada pintora sevillana Carmen.

Ya en Madrid, se rodea de la crème de la crème de la intelectualidad y escribe no solo su novela más importante y para muchos la única, sobre la que existe un trozo de entrevista periodística con Carlos Barral, publicada en 1961 por primera vez en su sello literario. Ya médico psiquiatra, cuando está allí sigue editando sobre todo literatura clínica con profusión, también publicada en su mayoría con este editor. Hay que decir que se forma como un intelectual ecléctico, por más que sus ideas socialistas apareciesen más en los ágapes que en los libros que escribía, y así conoció a Miguel Sánchez Mazas, Rafael Sánchez Ferlosio, Emilio Lledó o José Agustín Goytisolo, Alfonso Sastre... A nivel profesional, doctores como López-Ibor también actuaron como mentores o compañeros de profesión.

Luis Martín-Santos junto a Juan Benet
A nivel puramente poético, se hace gran amigo de Vicente Aleixandre y Carlos Bousoño, vinculados a la generación del 27 y del 50. Es sorprendente la gran cantidad de escritos del homenajeado, como también lo es el hecho de que, como atestigua un documento, utilizase el cine para rehabilitar pacientes en fases agudas y crónicas de sus respectivas enfermedades mentales.

De un mismo modo, da prestancia a la exposición el hecho de que el viñetista Andrés Rábago 'El Roto', le dedique alrededor de una decena de dibujos en tinta aguada o acuarelable, y que estuvieron en la Biblioteca Nacional expuestos, inspirados en la novela 'Tiempo de silencio'. También existe un documento que certifica la asistencia de Martín-Santos al entierro del prolífico narrador de la generación del 98, Pío Baroja.

Analizando la complejidad literaria hoy de 'Tiempo de silencio', nos damos cuenta de que es un texto de tono y ritmo muy altos, más por el vocabulario que utiliza que por otras cuestiones formales de importancia. Una de las primeras palabras que aparecen —la novela alterna la focalización omniscientemente pesimista sobre un Madrid que es más un pueblo que una gran ciudad con el monólogo interior de sus personajes más destacados, o que lo piden— es eugenesia, y a pesar de o precisamente por ser una obra de psicología social marcada, gracias a este método que utiliza don Pedro el médico —protagonista— más como medio que como fin en sí mismo, una palabra ligada no solo a la supervivencia darwiniana de los más aptos, sino a la pureza de raza que a los alemanes sirvió para exterminar a millones de judíos poco tiempo antes de la publicación del texto. Hoy en día pues, y al igual que nos pareció en ese curso de acceso a la universidad en su día, la historia que se nos narra está influenciada por un determinismo sobre la especie humana en particular, atroz, ya que hasta los ratones que el médico y su ayudante investigan en una suerte de CSIC (Martín-Santos también trabajó allí) para ensayo en aras de detectar cánceres genéticamente probados, parecen tener más capacidad de supervivencia, también por estar menos expuestos a la variedad humana así como a una lucha de clases que vemos periclitada o simbolizada en el personaje del amigo de Pedro, Matías, un niño bien y prostibulario que por momentos —y esto se ve mejor en la película de Vicente Aranda— divaga y se muestra como un diletante mal imitador de Baudelaire, que busca en estas mujeres de la vida, el patético lugar inencontrable de una madre, mientras en las chabolas de un poblado cercano, Pablo González (el Muecas), su hija Florita, su hermana y su madre analfabeta tienen que lidiar no solo con los sarpullidos reales y figurados que les provocan estos ratones en sus cuerpos, sino con la ira asesina de Cartucho, pues entre los pobres, o precisamente por ello, también hay psicópatas.

Daniel González Irala

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