Crear un personaje literario (I)
Uno de los procesos más complejos e importantes que se da en
la escritura creativa es el que tiene como objetivo crear un personaje. Sin
personaje, o sin un personaje bien diseñado, el relato se viene abajo
La construcción del personaje es fundamental en literatura.
Un escritor, de la nada, utilizando sólo palabras, tiene la responsabilidad de
crear un artefacto literario que represente a una persona como cualquiera de
las que vivimos en el planeta Tierra. O cualquiera que viva en otro mundo
desconocido. Eso es igual. Materia y alma (dejen que utilice el término). De la
nada.
¿Qué quiere decir esto? ¿Cómo se puede llegar a tener éxito
con semejante proyecto?
Alguien podría pensar que cuantos más detalles se aporten
sobre un sujeto más podemos saber de él. Desde luego, en literatura, esto no es
así. Un largo inventario de características no logra dibujar con perfección al
personaje. Un gesto característico, un tic, una sola cosa representativa, puede
hacer que logremos lo que nos proponemos. Una contradicción, una mentira, una
forma de enfrentar un problema, puede ser suficiente. Sumar aspectos físicos o
psicológicos de ese personaje no hace, necesariamente, que se le pueda ver con
más claridad. En realidad, lo que queremos es conocer cómo entiende el mundo,
cómo reacciona ante una situación u otra. Cómo le ven unos aquí y otros allá.
Queremos construir un cosmos que gire alrededor de ese personaje; queremos que
los cosmos de cada personaje se enfrenten (llegando a impactar con violencia si
es necesario) a través de sus logos. Representando al personaje damos forma al
todo; porque sin personaje no tenemos nada. Absolutamente nada.
A medida que vayamos sumando características (no físicas puesto que estas desdibujan más que aportan) iremos logrando que el personaje crezca. Y esta es una de las claves fundamentales. Por un lado, el personaje crecerá para tomar protagonismo en el relato. De modo que los que aparezcan luciendo una sola característica se quedarán en lo que conocemos como secundario (un personaje plano, sin relevancia y que estará al servicio de otros y no de sí mismo); mientras que los que vayan desplegando su psicología se arrimarán al protagonismo. Una vez que el autor decida poner a su personaje a dialogar, el ciclo se habrá completado. El diálogo es el recurso narrativo que lleva al personaje hasta la frontera entre el ser o no ser definitivo. Pero, por otro lado, esto obliga a que el proceso deba finalizar en el punto justo que requiere lo narrado. Esto quiere decir que un personaje no puede aparecer, crecer, abrir expectativas para luego no cumplirlas. No podemos dejar que un secundario crezca para desaparecer sin ton ni son; no podemos consentir que nuestro personaje principal deje de mostrarnos su forma de mirar un mundo que no podemos entender sin su ayuda. Hay que saber qué tenemos entre manos cuando queremos hacer literatura. Y si hablamos de personajes estamos haciéndolo de uno de los pilares básicos sobre los que se apoya la escritura creativa.
Si alguien está pensando en fórmulas magistrales que sirvan
para lograr un personaje excelente que vaya olvidando la idea. Pero sí podemos
tener en cuenta aspectos fundamentales al crearlos que ayudarán. Por ejemplo,
la cohesión interna. Un personaje no puede odiar a los inmigrantes y casarse
con uno de ellos salvo que la acción esté total y absolutamente justificada. Un
personaje no puede decir una cosa y hacer la contraria. Los personajes no son
personas. Sólo son una representación. Y ha de ser verosímil para que funcione.
Tan fundamental como lo anterior es la interacción del
personaje con el entorno. La luz, el lustre, no le llega de sí mismo. Casi
siempre llega de fuera. De otro personaje secundario que ilumina, de un objeto
que dice más de él que cualquier otra cosa. El personaje mira el mundo y el
mundo se integra en él. Son uno en otro. Por eso las descripciones que aparecen
en un relato como alarde técnico del autor o porque se le pone en las narices
que aparezca sin tener una importancia relevante, no sirven de nada. Todo lo
que suceda, todo lo que aparezca en un texto narrativo debe tener una
importancia porque todo afecta a cada parte.
La tercera pata fundamental sobre la que se apoya la
creación de un personaje es la consciencia de este, en su capacidad de
reflexión. Y si el narrador (por sus características, por el diseño que el
autor hizo de él) no puede entrar en ella, será a través del diálogo como
podamos conocer.
Un personaje coherente; que mira el universo (el suyo) y
deja que todo intervenga en lo que pueda pasar; un ser pensante capaz de
entender al ordenar para mostrarlo. Eso es lo fundamental.
G. Ramírez
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